miércoles, 18 de julio de 2007

Capitulo V

Después de aquella pesadila, Kei no logró conciliar el sueño nuevamente, múltiples ideas le revolvían la mente, empezando por aquel curioso objeto metálico que lo había "seguido" a casa. Tenía unas inscripciones extrañas, que le recordaron a los alhajeros encriptados que se usaban en el siglo XVII, pero estas marcas eran un poco diferentes, como grabadas en una fragua paleolítica... sin embargo parecía un solido compacto, sin ranuras.


Lo observó con detención, le pareció, por un momento, que le devolvía la mirada. Pero eso era imposible, un objeto inanimado...


- Kei, Kei! ¡Despierta! - su hermana entra a la pieza sorpresivamente, sacándolo de sus divagues. Aprovecha, en un intento vano, de esconder la pieza bajo la almohada, para evitar la curiosidad de Nanase.


- ¿Qué ocurre?, ¿Le pasó algo a mamá? - pregunta preocupado.


- No, tranquilo - le dice ella, sentándose al borde de la cama - Solo quiere hablar contigo.




Se apresuró a la habitación donde yacía su enferma madre con muchas ideas en la cabeza. Su madre siempre prefería hablar en familia, los tres, pero esta vez le había llamado a el solo. Algo andaba diferente, pero no se atrevía a aventurarse con ideas nuevas. Golpeó una vez antes de entrar.




- ¿Puedo? - pregunta, innecesariamente.




- Claro, hijo. Tu cortesía es demasiada, soy tu madre, recuerdas?



Sonríen.




Conversaron pausadamente un largo rato, interrumpido solo por las roncas toses de la madre. Ella parecía resignada a un final inminente, lo que el chico notó a su pesar. Parecía querer despedirse de su hijo. Le miraba sonriente, pero plácida. Kei, con un llanto contenido, le preguntó si había algo que pudiera hacer para aliviarla, a lo cual ella guarda silencio.




- Hijo, hay algo que quizás debí decirte antes. Cuando tu naciste, tu padre y yo estábamos en grandes apuros económicos, allá en oriente y tuvimos algunos aprietos. Debido a que tu salud peligraba, decidimos venirnos a Chile...

Mientras tanto, en la habitación del chico, Nanase había descubierto, bajo la almohada, el curioso objeto que vió la noche anterior, lo examinó entre sus manitas, mirándolo fijamente, no sabía por qué a su hermano le intrigaba tanto esa simple pieza metálica. "¿Qué es lo que quieres de nosotros?", le preguntó, pero luego, asustada, volvió a guardar silencio, mirando celosamente a su alrededor, como si la pudiesen estar observando.

- Pero antes de venirnos a este lugar, justo el día en que tomaríamos el vuelo hacia Chile, en un mercado, un anciano (déjame recalcar, que en condiciones muy extrañas), nos intercambió un objeto muy valioso por el viejo chal raído de tu padre - la mujer observó su reacción cuidadosamente, y volvió a toser - Era un alijo con incrustaciones de oro, cerrado.

- ¿Y que pasó con él y con el anciano? -increpó el muchacho, era la primera vez que su madre le hablaba de esa forma y la siuación le intrigaba bastante.

- Jamás supimos nada de él. La joya, la conservamos, varias veces tentados de venderla para obtener algo de comida o abrigo, pero conservándola, solo por el sutil sentimiento de que algún día sería una herencia para ustedes.

En la habitación contigua, la pequeña, se acostó en la cama de espaldas y comenzó a girar el objeto con su dedo índice lentamente, como buscando una abertura o algún indicio que le permitiera adentrarse en los misterios de la delicada pieza, como sentía que ésta indagaba en ella.

- Pero esto... por qué me lo cuentas ahora?

- Porque creo que es hora que tomes una decisión, Kei, cariño. - le acaricia el rostro. Aquella pieza, la guardamos todos estos años, y aunque lo intentamos, jamás pudimos abrirla - tose - Es tuya y de Nanase, está en el velador.

Obediente, sacó el alijo y cuando intentó apoyarlo en la cama, dió un pequeño resbalón entre sus manos. Paralelamente, a la pequeña, en la otra habitación, se le desliza el objeto de los dedos y hubiese caído en su rostro, de no ser porque un milagro ocurrió: FLOTABA, la pieza literalmente comenzó a flotar en el aire frente a sus ojos asombradísimos.

- Mamá, yo no entiendo muy bien que es lo que quieres que haga.

- Lo sabrás a su debido tiempo... ay!

Un ataque le sobrevino repentinamente... comenzó a ahogarse y a toser. La pequeña hermanita se había levantado, aún boquiabierta, y acercaba lentamente su manita derecha para acariciar la pieza flotante, que ahora comenzaba a brillar, con un leve resplandor argenta.

- ¡Mamá! ¡No! - Kei, asustado y apunto de romper en llanto y en desesperación, la sentaba y ayudaba a respirar, lo cual era cada vez más difícil. - ¡Resiste!

Y de pronto, justo en el momento en que el muchacho mira al techo en busca de ayuda milagrosa, ocurren tres cosas. La pequeña Nanase toca con su índice el brillante metal, la madre de los chicos da un largo y aspirado estertor y Kei grita "¡Nanase!".

La mujer cae inconciente en los brazos de su hijo, y el objeto deja de brillar callndoe en la cama al momento que la pequeña sale corriendo de la habitación, atendiendo al llamado de su hermano.